jueves, noviembre 19, 2009

Camino a Berlín


A raíz del alboroto de los 20 años de la caída del muro de Berlín, recordé una anécdota la primera visita que hice a esa maravillosa ciudad, a la que llegué el 6 de junio de 1991, muy temprano en la mañana, procedente de Hannover, en un viaje en tren que me costó 42,60 marcos (o Deutsche Mark, como se decía antes de que el euro borrara del mapa las monedas nacionales de la Unión Europea).

Mis exiguos fondos no me permitían viajar en el Inter City Express, así que hice la travesía en un tren lechero, en un trayecto de unas seis horas, tiempo durante el cual prácticamente no dormí, por la emoción de saber que en pocas horas estaría en esa ciudad con la que había soñado siempre y que, finalmente, a mis 27 años, iba a conocer.

Al abordar el tren, al filo de la medianoche en Hannover, entré a una pequeña recámara con dos bancas enfrentadas, en una de las cuales iba un pasajero, frente al cual me senté. El señor tenía típico aspecto de turco: contextura mediana, más bien seco de carnes, pelo oscuro y corto, peinado de medio lado, piel trigueña, ojitos oscuros y un bigotito mínimo, muy parecido al de un cogedor de café.

Al cabo de una media hora yo, que paso grandes trabajos para quedarme callado, resolví buscarle conversación al tipo, que si bien no derrochaba simpatía, tampoco tenía cara de mala persona. Yo no tenía idea de qué iba a hablar; sólo quería conversar. Así que improvisé un saludo, tarea que tocaba hacer necesariamente en alemán, pues el turco es un idioma se me facilita menos que la lengua de Goethe.

A partir de ahí se desarrolló un diálogo elemental, lleno de cosas intrascendentes; de esas que son ideales para matar el tiempo con un desconocido.

Luego de un par de horas en que la charla en alemán rudimentario se interrumpía y se reanudaba irregularmente, el hombre dijo que ya casi llegaba a su destino. En ese momento me preguntó cómo me llamaba, y después de que le dije mi nombre, sin apellido, me preguntó si era ruso, a lo cual respondí negativamente; le aclaré que era colombiano. Abriendo los ojos, el hombre me dijo: “¿Entonces me querés decir que hacemos los dos hablando en alemán?”

Él era argentino y pensaba que yo era de cualquier rincón de Europa Oriental, mientras yo le confesé que lo creía turco; ambos nos equivocamos por más de cinco mil kilómetros. La risa estalló y el diálogo cambió de clima, de continente y de idioma en los 20 minutos finales de su viaje.

Después de despedirnos, yo, como un idiota, me seguí riendo solo durante un buen rato; tras lo cual los latidos de mi corazón empezaban a agitarse más y más, a medida que nos acercábamos a Berlín. No hallaba el momento de llegar.

6 comentarios:

  1. :)
    no todo puede ser potilica, bonita historia

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  2. Ja! así ocurre muchas veces, creamos un perfil de alguien a partir de la imagen que irradia. Una nota bien divertida

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  3. Divertida historia, Amigo Vladdo.

    Mi anécdota respecto al muro de Berlín se reduce a una película de Win Wenders (Tan lejos y tan cerca) en donde se da el siguiente diálogo que me parece muy gracioso (lo transcribo de manera aproximada):

    PASAJERO: Buenas noches, ¿podría llevarme a este lugar?

    TAXISTA: No puedo. Eso queda en la parte oriental de la ciudad

    PASAJERO: ¿En serio? No sé si usted se enteró, pero hace un par de años sucedió algo: Tumbaron el muro. Quizá sea una tontería, pero para mí fue importante.

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  4. Vladdo: ¿No volverá a los centros comerciales a hacer caricaturas?, sé lo difícil que le resultaría ahora pero es una inquietud que tengo porque hace años lo vi en esa función y Usted nos pareció una persona sencilla y atenta, a pesar de que, creo, ya hacía trazos para Semana. ¿También era época de transporte lechero?. Cuente vainas.

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  5. Muy linda y divertida historia, me encantó!

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  6. jajajajaja...que historia mas relajante, tambien me encanto....y aun me estoy riendo

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