miércoles, abril 27, 2011

Julio Daniel no volvió

El pasado 24 de abril se cumplieron 20 años del asesinato de Julio Daniel Chaparro, poeta convertido en periodista, que cayó víctima de la demencia asesina de este país, en compañía del fotógrafo Jorge Enrique Torres; ambos reporteros de El Espectador.

Conocí a Julio Daniel varios años antes, en una de esas tertulias a las que yo asistía en el barrio La Candelaria de Bogotá, donde también era habitual ver a otros poetas, como Fernando Linero, Evelio José Rosero, Raúl Gómez Jattin, Jorge Mario Echeverri, Gustavo Adolfo Garcés, etcétera, encuentros que con frecuencia se hacían en casa del director de la revista Ulrika, Rafael del Castillo (hermano de mi amigo Gustavo y también de Fernando, cantante del grupo bogotano de rock 1280 Almas).

La zozobra que nos produjo la muerte de Julio Daniel dio paso luego a un hondo dolor que se hace más desgarrador al ver que ese crimen sigue impune. Y lo más triste es saber que los de Julio Daniel y Jorge son apenas dos nombres más en la infinita lista de colombianos arrastrados por ese torrente de sangre que se ha llevado a muchos de nuestros mejores hombres.

En vísperas del último viaje de Julio Daniel nos vimos en la sede de El Espectador, en la avenida 68 (sí, allá donde ahora queda un concesionario automotriz). Entonces yo era ilustrador de la sección Semana Económica y los viernes siempre me tocaba ir al periódico a dejar unos dibujos y a hacer otros que me encargara el editor del cuadernillo, José Triana, antes del cierre. Julio Daniel me saludó con el acostumbrado mote que me tenía (Vladdinho) y conversamos un rato en compañía de otros colegas de la redacción. Nada trascendental. Se despidió con su ánimo habitual y se perdió entre los cubículos color beige con su andar de bacán. Por supuesto no se nos pasó por la cabeza la idea de que sería la última vez que lo veíamos.

Julio Daniel, apenas un año mayor que yo, era un gocetas que había encontrado en el periodismo la mejor forma de combinar su sensibilidad literaria con la preocupación por las tribulaciones de este país. Estaba haciendo una serie de crónicas titulada “Lo que la violencia se llevó”, en las que recogía testimonios y vivencias de numerosos sitios apartados de Colombia que sufrían ese flagelo. Después de recorrer distintos rincones localizados en zonas rojas de orden público, emprendió junto a Jorge Enrique el periplo fatal a Segovia, Antioquia, de donde jamás regresó.

Me resulta imposible olvidar aquel último encuentro con Julio Daniel, porque adquirí con él una deuda que no alcancé a saldar. Esa tarde le dije que me dejara ver una caricatura que yo le había hecho en una rumba y que él cargaba doblada en su billetera. “Ya está muy vieja”, le dije. “Cuando vuelva, se la actualizo”. Y me quedé esperándolo.

4 comentarios:

  1. Qué bello texto. Recordar significa "volver a pasar por el corazón"
    Constanza Vieira

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  2. Cuántas cosas tendremos que superar para librarnos de la marca emocional que nos ha dejado la violencia por tantos años? Será que aprobar la ley de víctimas es suficiente? Lo más triste de todo, es que mucha gente cree que con acabar la guerrilla y los paracos es suficiente, pero pocos entienden que el dolor de la guerra nos ha llevado a una decadencia social de la cual no se sale sólo con dinero.... Triste, muy triste...

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  3. Exelente columna, la demencia de este pais no tiene limites,
    que gran anecdota.

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  4. ¡Cuántos muertos más tendremos que seguir recordando! Tanta gente talentosa que, por supuesto, le servía más al país viva que muerta, contrario a lo que los que los han mandado a matar pudieran pensar. Al menos que haya paz en su tumba, porque por Colombia, aún la paz aún no arrima.

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